En la República Dominicana, la comunicación gubernamental dejó de ser una herramienta de información pública para convertirse en un arma de manipulación política. Lo que alguna vez fue un medio para rendir cuentas, hoy se utiliza como un escudo para proteger intereses, moldear percepciones y castigar a quienes se atreven a cuestionar.
Un país inundado de propaganda
Cada día, en la República Dominicana, se encuentran con el mismo mensaje en redes, televisión, radio y vallas: “El cambio se siente”, “Los números hablan claro”, “El progreso no se detiene”. Pero detrás de esos lemas cuidadosamente diseñados hay una maquinaria propagandística que consume millones del presupuesto nacional mientras hospitales carecen de insumos, escuelas siguen con filtraciones y los agricultores luchan por subsistir.
Según datos no transparentados oficialmente —pero rastreables en los portales de Compras y Contrataciones— la publicidad estatal ha tenido incrementos constantes durante los últimos años, especialmente en períodos preelectorales. Las cifras, aunque fragmentadas, revelan un patrón claro: la comunicación se usa más para sostener una narrativa que para informar a la ciudadanía.
El dinero como mordaza
En la práctica, esta inversión millonaria tiene un efecto devastador sobre la independencia periodística. Los medios que reciben contratos publicitarios del Estado rara vez publican investigaciones críticas. Los que no se alinean, son castigados con el silencio presupuestario. Así, el dinero público —que pertenece al pueblo— termina sirviendo como mordaza para comprar silencio y fabricar consenso.
Un periodista que trabaja en una de las principales redacciones del país, y que pidió reserva de su nombre, lo resume así:
“Aquí no se censura con amenazas, se censura con contratos. Si hablas, no te renuevan la campaña.”
La línea invisible del poder
Lo más peligroso no es lo que se dice, sino lo que se deja de decir. Cuando los gobiernos en la República Dominicana, logran controlar la conversación pública, establecen una línea invisible donde los límites de la crítica ya no los marca la ética ni la verdad, sino la conveniencia política. De esa manera, la publicidad estatal deja de ser comunicación institucional y se transforma en una herramienta de dominación moderna, tan efectiva como cualquier decreto autoritario.
Un gasto sin retorno
El argumento oficial siempre es el mismo: “hay que comunicar los logros del gobierno”. Pero, ¿Qué logros justifican una inversión multimillonaria en campañas cuyo único fin es reforzar la imagen de los funcionarios? En un país con hospitales sin oxígeno, comunidades sin agua potable y estudiantes que aprenden sin maestros, la publicidad estatal no es información: es maquillaje.
Hackeando la narrativa
El verdadero cambio no se siente en un eslogan, se ve en la gente. Los gobiernos pasarán, pero la ciudadanía debe aprender a cuestionar todo mensaje que venga acompañado de un logo institucional. Cada peso gastado en autopromoción política es un peso que se le roba a la verdad y a los servicios que realmente necesita el pueblo.
Porque si no hackeamos la narrativa, la narrativa nos hackea a nosotros.
Nota aclaratoria:
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