En el Partido Revolucionario Moderno (PRM) la unidad ha sido una bandera que siempre han tratado de ondear, pero los recientes acontecimientos relacionados con la candidatura a la alcaldía del Distrito Nacional revelan grietas profundas y, peor aún, traiciones estratégicas que exponen un liderazgo cuestionable en la figura del presidente Luis Abinader.
Todo comenzó con el agotamiento de Carolina Mejía al frente de la alcaldía del Distrito Nacional. Durante su gestión, Carolina no solo enfrentó desafíos inherentes al cargo, sino que también entendió que su permanencia en esa posición podría convertirse en un lastre político para su verdadero objetivo: ser la candidata presidencial del PRM en 2028. Consciente del desgaste que implica liderar la capital, y considerando el limitado beneficio para su proyección nacional, Carolina dejó claro que no aspiraba a reelegirse.
Sin embargo, esta decisión generó una crisis dentro del PRM. Ninguno de los otros potenciales candidatos del partido logró consolidar apoyo popular suficiente para garantizar una victoria en la capital. Ante este vacío y con la presión de mantener el control político del Distrito Nacional, Luis Abinader, en un movimiento autoritario y sin precedentes, ordenó inscribir la candidatura de Carolina Mejía sin consultarla a ella ni a su padre, el expresidente Hipólito Mejía.
La decisión de Abinader no fue un acto aislado, sino parte de un acuerdo tácito. A cambio de asumir nuevamente la alcaldía, el presidente se comprometió a respaldar a Carolina como candidata en las primarias internas del PRM de cara a las elecciones presidenciales de 2028. Para muchos, este pacto parecía un movimiento lógico que sellaría la unidad del partido y garantizaría una transición ordenada. Pero la política, como bien sabemos, está llena de promesas rotas.
Hoy, Abinader muestra su verdadera cara: no solo se niega a cumplir su palabra, sino que ha comenzado a impulsar a la vicepresidenta Raquel Peña como la opción preferida para la candidatura presidencial del PRM. Este giro no solo contradice el acuerdo previamente establecido, sino que deja en evidencia una falta de visión estratégica y una incapacidad para honrar compromisos fundamentales dentro de su propio partido.
Luis Abinader ha demostrado que no sabe consensuar, que prefiere imponer su voluntad antes que construir alianzas sólidas. Este episodio deja una lección clara para el PRM y para el electorado: un líder que no honra su palabra dentro de su partido difícilmente podrá generar confianza en el pueblo.
El manejo de la candidatura de Carolina Mejía no solo refleja una torpeza política, sino también un problema ético profundo. La falta de diálogo, el autoritarismo y la traición son señales de un liderazgo que no comprende la importancia del consenso en una democracia moderna. Si Luis Abinader continúa por este camino, podría no solo fracturar al PRM, sino también socavar la confianza del pueblo dominicano en su gobierno y en su partido.
El tiempo dirá si Carolina Mejía, con su carácter firme y su experiencia, puede superar este nuevo obstáculo político. Lo que queda claro es que el PRM enfrenta una encrucijada peligrosa, y Luis Abinader parece ser el principal responsable del caos que se avecina.
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