El Partido Revolucionario Moderno (PRM) parece encaminado a repetir el mismo error que hundió al Partido de la Liberación Dominicana (PLD): colocar como presidente de la organización a una figura que no puede aspirar a la presidencia de la República. La lógica interna de la política dominicana ha demostrado una y otra vez que, sin una figura con posibilidades reales de poder, los partidos pierden dinamismo, liderazgo y sentido de propósito.
El PLD es el ejemplo más claro de esa tragedia. Danilo Medina, su presidente, quedó imposibilitado constitucionalmente para volver a aspirar, y con ello el partido entró en un letargo político del que no ha podido despertar. Su estructura se debilitó, las bases se desmotivaron y sus cuadros más fuertes buscaron oxígeno en otro proyecto político: la Fuerza del Pueblo, dirigida por un líder que sí puede aspirar, Leonel Fernández. En la práctica, la Fuerza del Pueblo se ha “chupado” al PLD, quedándose con su base electoral, su narrativa opositora y su espacio político natural.
Leonel Fernández marcó una etapa importante en la historia política dominicana. Fue presidente tres veces, modernizó el discurso político y aportó estabilidad en momentos clave. Sin embargo, su tiempo pasó. Los grandes casos de corrupción ocurridos durante sus gobiernos, como Sun Land y la sobrevaluación de obras, mancharon su legado y evidenciaron los límites de su modelo de poder.
La República Dominicana de hoy exige transparencia, renovación y liderazgo ciudadano, valores que no encajan con la visión política de Leonel. Su proyecto actual se sostiene más en la nostalgia que en una propuesta de futuro. Insistir en él como opción presidencial es desconocer que su ciclo histórico ya terminó y que el país reclama nuevas voces y nuevas ideas.
El problema no es que Leonel aspire nuevamente, sino que su proyecto político se basa en la nostalgia, no en el futuro.
Si el PRM decide ahora convertir a Luis Abinader en su presidente, estando imposibilitado de aspirar en el 2028, estaría cometiendo el mismo error estructural. Un partido de gobierno con un líder que no puede aspirar pierde dirección. Las decisiones internas se estancan, las ambiciones se fragmentan y las pugnas por la sucesión se multiplican. En política, el liderazgo sin horizonte de poder se convierte en un liderazgo decorativo, incapaz de sostener la disciplina o la mística del partido.
La figura del presidente de un partido no es simbólica. Es quien impone orden, define el rumbo y proyecta el futuro. Incluso políticos sin gran carisma o vocación electoral, como Miguel Vargas Maldonado, pudieron mantener el control del PRD por el simple hecho de tener el poder formal del partido en sus manos. Su autoridad fue suficiente para expulsar o marginar a los líderes con vocación política dentro de su propia organización.
En el caso del PRM, sin embargo, el efecto sería inverso. Luis Abinader no solo dejaría de ser la figura presidencial, sino que su presencia como líder del partido bloquearía el surgimiento natural de nuevos liderazgos. Las figuras emergentes dentro del PRM quedarían atrapadas entre la lealtad al líder saliente y la necesidad de proyectarse hacia el futuro. Esa contradicción interna podría desangrar al partido, abrir grietas irreparables y entregar el espacio político opositor —otra vez— a Leonel Fernández y la Fuerza del Pueblo.
Luis Abinader tampoco cuenta con un ala política propia dentro del PRM que le deba lealtad o agradecimiento. Su estilo de gobierno ha sido más empresarial que político, gobernando con y para los grupos económicos, mientras marginó a la dirigencia que construyó el partido desde la base. Será recordado como el presidente que administró el Estado como si fuera una empresa privada, donde las decisiones se toman desde un pequeño círculo cerrado y sin espacio para la disidencia.
Si llega a presidir el PRM, el partido correría la misma suerte: se convertiría en una estructura rígida, manejada con mentalidad corporativa, donde nadie podría expresar una opinión distinta a la línea impuesta desde arriba.
El PRM debe entender que los partidos no se sostienen por gratitud, sino por expectativas de poder. Si Luis Abinader insiste en dirigir el partido, corre el riesgo de convertirlo en una maquinaria sin propósito, desconectada del futuro electoral. Y la historia reciente demuestra que en República Dominicana, los partidos sin futuro político mueren lentamente… pero sin remedio.
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