La República Dominicana atraviesa un momento de gran descontento social, en el que la población exige liderazgos auténticos, soluciones reales y un manejo responsable de los recursos públicos. En este contexto, las acciones recientes de Tony Peña Guaba, principal funcionario de un área de asistencia social, no solo resultan anacrónicas, sino también insultantes para un pueblo que ya no tolera las viejas mañas de la política tradicional.
La distribución indiscriminada de ayudas gubernamentales, sin control ni criterio, ha sido el más reciente acto de Peña Guaba en su intento de construir una base de apoyo para su aspiración presidencial.
Este tipo de prácticas, que quizá habrían sido comunes en los años ochenta, hoy resultan obsoletas y ridículas. En lugar de fortalecer la percepción de las iniciativas gubernamentales, las convierte en un espectáculo bochornoso que degrada el verdadero propósito de los programas sociales: aliviar la pobreza con dignidad y transparencia.
Un anacronismo político
Peña Guaba parece no entender que los tiempos han cambiado. Las estrategias clientelistas que pudieron funcionar en la época de su padre, José Francisco Peña Gómez, ya no tienen cabida en un país donde el electorado está más informado y crítico. Regalar dinero público sin ningún tipo de control no solo es irresponsable, sino que también evidencia una alarmante desconexión con las demandas de la ciudadanía.
En un momento donde la credibilidad de las instituciones está en juego, lo que Peña Guaba presenta como «ayuda social» es en realidad un insulto a los dominicanos. No hay plan, no hay estrategia, no hay transparencia. Solo hay una ambición desmedida disfrazada de populismo barato, que no hace más que reforzar la desconfianza hacia quienes aspiran a liderar el país.
Un candidato sin propuestas
Aunque Peña Guaba sueña con la presidencia, su campaña parece fundamentarse en un vacío absoluto. No se conocen propuestas concretas para enfrentar los problemas que realmente afectan a los dominicanos. ¿Qué tiene que decir sobre la educación, la salud, la inseguridad o el desempleo? Nada. En cambio, se dedica a salir a las calles a regalar dinero, como si ese espectáculo fuera suficiente para convencer a una ciudadanía que exige cambios profundos y soluciones sostenibles.
La política de Peña Guaba es una apuesta desesperada por aferrarse a prácticas que el país ha dejado atrás. Su comportamiento no solo es ridículo, sino también perjudicial para un sistema democrático que necesita transparencia y responsabilidad.
Si verdaderamente aspira a liderar el país, tendrá que entender que no basta con prometer, y mucho menos con regalar. Es hora de propuestas serias, de proyectos claros y de un respeto absoluto por el pueblo dominicano.
Lo que Peña Guaba nos muestra no es un liderazgo, sino una caricatura de lo que no debe ser la política. Y, en este sentido, es un ejemplo perfecto de por qué el país necesita dejar atrás figuras que se resisten a evolucionar.
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