La reciente declaración de la general Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos, asegurando que la solución a la crisis de Venezuela tras las elecciones debe ser democrática y no militar, oculta una realidad evidente: la razón principal por la cual Estados Unidos no ha intervenido militarmente en Venezuela es el apoyo militar y logístico que el régimen de Nicolás Maduro recibe de Rusia y China.
Este artículo no tiene la intención de promover a ninguna de las partes involucradas en la crisis venezolana. Nuestro objetivo es ofrecer un análisis objetivo de la situación, visto desde una perspectiva externa y a distancia.
Como empresa y medio de comunicación, creemos firmemente que son los venezolanos quienes deben ponerse de acuerdo entre ellos para definir el futuro de su nación, y que los recursos naturales de Venezuela deben beneficiar prioritariamente a sus propios ciudadanos, no a los nacionales de Estados Unidos, China o Rusia.
De no ser por este respaldo, Estados Unidos ya habría intervenido en Venezuela, apoderándose de sus vastas reservas de petróleo, tal como ha hecho en varias naciones del Medio Oriente, que carecen del apoyo de superpotencias como Rusia o China.
En su entrevista con EFE en Panamá, la general Richardson subrayó la importancia de una solución democrática y transparente para la crisis venezolana, mencionando que algunos líderes del Congreso estadounidense consideran innecesario recurrir a una intervención militar. Este discurso, sin embargo, es más una maniobra política que una verdadera postura de respeto a la soberanía de Venezuela.
Si el régimen de Maduro no contara con el respaldo de Rusia y China, Estados Unidos no habría dudado en utilizar la fuerza para proteger sus intereses en la región y no a los Venezolanos, tal como lo ha hecho en otros lugares donde los gobiernos no tienen el poder de respuesta militar.
La hipocresía del discurso estadounidense es aún más evidente cuando se examina su historial de intervenciones en países que no cuentan con el apoyo de potencias militares. En el Medio Oriente, por ejemplo, Estados Unidos ha intervenido repetidamente en naciones como Irak y Siria, aprovechando la ausencia de una defensa militar robusta por parte de estos países.
La presencia de Rusia y China en el tablero geopolítico venezolano ha frenado cualquier intento de intervención directa por parte de Washington, dejando claro que Estados Unidos prefiere ejercer su poder sobre naciones que no pueden responder militarmente.
Por otro lado, la insistencia en una solución democrática en Venezuela, promovida por figuras como el secretario de Estado Antony Blinken, quien reconoció la victoria electoral del líder opositor Edmundo González Urrutia basándose en las actas presentadas por la oposición, es una estrategia para mantener la presión internacional sobre Maduro. Sin embargo, este enfoque ignora la complejidad de la situación en Venezuela, donde la intervención de superpotencias como Rusia y China ha cambiado el equilibrio de poder.
La general Richardson, con su postura aparentemente conciliadora, subraya la necesidad de transparencia en la publicación de los resultados electorales, reiterando la importancia de una resolución democrática. Pero, detrás de estas palabras, se oculta la realidad de un país que se encuentra en el centro de un juego de poder global, donde Estados Unidos solo actúa cuando las circunstancias le permiten ejercer su dominio sin enfrentarse a una respuesta militar significativa.
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