En un mensaje que ha comenzado a circular en redes sociales, el exdiputado del Partido Revolucionario Moderno (PRM), Gilberto Balbuenas, ha hecho una crítica contundente hacia prácticas internas del partido que, según él, atentan contra el trabajo político genuino de muchos dirigentes locales. Su reflexión, cargada de simbolismo y molestia, se centra en lo que denomina “la política del cubo”: una forma sutil —pero destructiva— de humillación hacia quienes han dedicado años a construir liderazgos territoriales.
“Este método de humillación. La construcción de los liderazgos locales, los diferentes sectores del país, tienen un costo muy alto para los dirigentes políticos, muchos años de trabajo y sacrificio. La falta de lealtad y compromiso político ha hecho que se fortalezca la política del cubo.”
Con estas palabras, Gilberto Balbuenas expone un malestar que no parece ser únicamente personal, sino que refleja una creciente frustración entre dirigentes de base del PRM, quienes sienten que su esfuerzo no solo no es valorado, sino que además es deliberadamente marginado o desmantelado.
¿Qué es la política del cubo?
Aunque Balbuenas no la define explícitamente, el concepto evoca una práctica simbólica dentro de la cultura política dominicana, donde el “cubo” puede representar clientelismo, humillación pública o reparto sin mérito político. En este contexto, parecería aludir a una estrategia interna para debilitar a líderes consolidados y sustituirlos por figuras impuestas desde la cúpula, carentes de trabajo comunitario, pero favorecidas por alianzas momentáneas o intereses particulares.
Según su mensaje, la finalidad de esta política no es solo excluir, sino desmoralizar, vaciar de contenido el esfuerzo de años, restar autoridad al liderazgo legítimo y reconfigurar las estructuras locales con personas “más manejables” o menos exigentes.
Balbuenas no menciona nombres ni situaciones específicas, pero su denuncia encaja dentro de un contexto post-electoral donde muchos dirigentes del PRM han comenzado a expresar inconformidades: desde la distribución de cargos, la falta de participación en decisiones, hasta el desplazamiento de figuras con arraigo popular por personas sin trayectoria.
En lugar de fomentar una cultura de reconocimiento al trabajo partidario, parece estarse consolidando una lógica de reemplazo, silencio y castigo político. Esto, según se desprende del mensaje del exdiputado, mina la moral de los cuadros que realmente sostienen al partido en las calles, especialmente en los barrios y municipios.
La reflexión de Gilberto Balbuenas no puede ser tomada a la ligera. Cuando un dirigente que ha sido parte activa del Congreso y que conoce la dinámica territorial del partido expresa públicamente este tipo de inconformidad, es señal de que algo profundo está fallando en los mecanismos internos de reconocimiento, participación y respeto al liderazgo.
Si el PRM no corrige estas prácticas —y si sigue profundizando una cultura de humillación, sustitución arbitraria y falta de mérito— corre el riesgo de convertirse en una maquinaria de poder desligada de sus bases, con consecuencias graves para su futuro político y su legitimidad.
Balbuenas no está solo. Su voz, aunque solitaria en la forma, representa a cientos de dirigentes invisibilizados, que entregaron todo en campaña y hoy se sienten usados, descartados o simplemente ignorados.
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