Este análisis explora cómo el reciente fallecimiento de Abel Matos, un miembro del PRM, expone la insensibilidad de la cúpula partidaria y la alienación que sienten muchos dirigentes y militantes. No se trata solo de un incidente trágico, sino de un reflejo de la realidad que atraviesa un partido político que se asemeja cada vez más a una empresa privada, donde los líderes no solo ignoran, sino que parecen beneficiarse del desinterés por sus bases.
La posibilidad de que el gobierno considere a algún miembro del PRM en Santo Domingo Este es, en el mejor de los casos, un gesto vacío. Si llegara a hacerlo, sería con una posición simbólica: un puesto sin funciones, sin presupuesto, sin oportunidades para crear un equipo de trabajo y sin capacidad para responder a las demandas de la base que se sacrificó en las elecciones de 2020 y 2024.
Básicamente, pondrían a “botellas” en roles decorativos para calmar las aguas, creyendo que con eso resuelven la crisis de percepción que enfrentan hoy en su propio partido. A quienes nos atrevemos a señalar esta realidad, no nos sorprendería que intenten intimidarnos, porque para esos “popis,” hijos de la élite que ven al mundo desde una burbuja, cualquier voz crítica es una amenaza que buscan silenciar.
La Hipocresía del PRM y su Distanciamiento de la Base: La falta de reacciones significativas por parte de los cúpula del PRM ante tragedias como la de Abel Matos no es una sorpresa para quienes han observado la evolución del partido. En muchos casos, los dirigentes son vistos como figuras de élite, ocupadas en sus propios intereses y alejadas de las problemáticas de los líderes locales y sus comunidades.
Ingenuidad o Desesperación de la Base: Es revelador cómo aún muchos miembros del PRM creen en la posibilidad de una reacción compasiva o justa por parte de sus líderes. La esperanza de que el gobierno se conmueva ante esta situación y ofrezca espacios para evitar más tragedias resulta ingenua frente a una realidad donde los líderes de la élite política no parecen ver en sus dirigentes locales más que herramientas desechables para consolidar su poder.
La Cultura del Descarte en el PRM: Bajo esta administración, el PRM ha operado con una cultura del descarte, donde una vez en el poder, el compromiso hacia sus bases ha quedado en segundo plano. Este fenómeno no es exclusivo del PRM, pero sí ha alcanzado niveles alarmantes, donde los sacrificios de dirigentes y militantes se desestiman como una moneda de cambio sin valor real. La muerte de Abel Matos no es un hecho aislado, sino parte de un patrón en el que el partido pierde su conexión y empatía con sus propios miembros.
Una Empresa Privada Disfrazada de Partido: El PRM no actúa como un partido político que busca transformar y representar a la sociedad dominicana, sino más bien como una empresa privada, donde el valor de sus «empleados» se mide solo por lo que pueden aportar a sus objetivos de poder. Las posiciones de liderazgo se perciben más como puestos de gestión de negocios que como roles con responsabilidad social. Esto crea un ambiente en el que la muerte de un dirigente no es más que un incidente menor, una pieza descartada en un engranaje que funciona en beneficio de una élite desconectada de las realidades y necesidades de la gente.
La Necesidad de Abandonar un Proyecto Fallido: Los dirigentes y militantes que aún buscan un cambio, o que esperan justicia dentro del PRM, enfrentan una dura realidad: el partido no les dará el reconocimiento ni el apoyo que anhelan, y cualquier esfuerzo en esa dirección parece destinado al fracaso. La única salida posible para aquellos que desean preservar su dignidad y avanzar es romper con esta relación tóxica y dejar atrás a una organización que les ha fallado.
La trágica muerte de Abel Matos debería abrir los ojos a quienes todavía depositan su esperanza en la empatía o el apoyo de la cúpula del PRM.
Es hora de que la base del partido reconozca el rol que juegan en un sistema que se aprovecha de su lealtad sin ofrecerles nada a cambio. El PRM se ha convertido en una maquinaria que avanza solo con el interés de perpetuar a sus líderes en el poder, dejando a los demás como espectadores en un teatro en el que se representa su propia desaparición política y social.
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