En política, las casualidades no existen. Cuando el empresario turístico Fran Rainieri salió públicamente a denunciar que el caos del tránsito está afectando al turismo dominicano, muchos creyeron que se trataba de una simple preocupación empresarial. Pero detrás de ese discurso hay mucho más que un reclamo por tapones: hay una maniobra política en marcha. El escenario perfecto para un ajuste de cuentas. El actual titular del Intrant, Milton Morrison, atraviesa su momento más crítico. Las medidas improvisadas, los cambios mal comunicados y el descontento ciudadano lo han convertido en el blanco perfecto para una operación de desgaste político. Y al parecer, quien más podría beneficiarse de su caída es David Collado, ministro de Turismo, aspirante presidencial no declarado, y uno de los políticos mejor posicionados dentro del empresariado dominicano.
No es un secreto que Milton Morrison y Collado fueron aliados estratégicos en el pasado. Incluso, el llamado “partido backup” de Collado sirvió de plataforma para Morrison en sus primeros pasos políticos. Pero todo cambió cuando Morrison decidió apostar por Luis Abinader en 2020, entregándole su estructura y rompiendo con Collado. Desde entonces, la relación quedó fracturada.
El caos como oportunidad política
Hoy, con el país sumido en un tránsito infernal y una ciudadanía harta de los experimentos del Intrant, Collado y el círculo empresarial que lo respalda han encontrado el momento perfecto para cobrarle la factura a Morrison.
La declaración de Rainieri, uno de los empresarios más influyentes del sector turístico, no es casual. Es un mensaje con dirección. Que un hotelero del peso de Rainieri —quien rara vez se queja del tránsito, porque el caos mantiene al turista dentro del hotel y eso favorece el modelo “todo incluido”— haya decidido señalar públicamente que el desorden afecta al turismo, es una señal política, no económica.
Rainieri pertenece al mismo grupo de poder económico que ha patrocinado tanto a Collado como, en su momento, a Morrison. Son los mismos nombres detrás de grandes inversiones, concesiones estatales y del llamado “empresariado del cambio”, ese bloque que ha financiado campañas y comprado influencia en las principales instituciones del Estado.
La venganza servida en el asfalto
El mensaje es claro: Morrison está en capacaída, y su permanencia en el Intrant se ha convertido en una molestia tanto para el Gobierno como para el empresariado. Su aparente desconexión con la realidad del tránsito, sumada a su alineación con nuevos sectores de poder cercanos a la vicepresidenta, ha acelerado su aislamiento.
Mientras tanto, Collado mueve las piezas. Desde Turismo impulsa la narrativa de que el desorden vial está afectando directamente la imagen del país como destino seguro y atractivo. Es decir, se usa el caos vial como argumento técnico para ejecutar una movida política: sacar a Morrison, debilitar a un viejo aliado y reforzar la influencia del sector empresarial en el aparato estatal.
Entre el caos y la conveniencia
Paradójicamente, el mismo caos que hoy se denuncia beneficia a los grandes hoteles y centros turísticos. El turista que no puede salir del resort gasta todo dentro de las instalaciones: bebidas, entretenimiento, tiendas, excursiones internas. Es decir, cada tapón en las avenidas es dinero que no llega al comercio local, sino que se queda dentro del hotel, en manos de los mismos grupos que ahora claman por orden.
Por eso resulta sospechoso que, por primera vez en décadas, un hotelero de peso se queje del tránsito. Lo que se esconde detrás de esa “preocupación” es una lucha de poder, una jugada fría donde los tapones se convierten en instrumento político y los intereses turísticos sirven de excusa para mover piezas dentro del tablero del Gobierno.
Milton Morrison no es inocente. Ha fallado en su gestión, ha permitido improvisaciones y ha perdido el pulso de la calle. Pero lo que está ocurriendo ahora trasciende su incapacidad: es una operación política calculada, una venganza empresarial que usa el desorden del tránsito como detonante para limpiar el camino de cara a los próximos movimientos electorales.
Y mientras tanto, el país sigue detenido… en un tapón que no es solo de vehículos, sino de poder.
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