Cuando se analiza con perspectiva el gobierno de Luis Abinader desde su inicio, salta a la vista un patrón difícil de ignorar: el peso político real no está en los dirigentes tradicionales del Partido Revolucionario Moderno (PRM), sino en el grupo empresarial que rodea al presidente.
De todos los funcionarios vinculados directamente al ala política del gobierno del PRM, solo Roberto Fulcar ha sido objeto de una persecución pública y de acusaciones sostenidas de corrupción. Sin embargo, pese a las denuncias, el Ministerio Público ha evitado emprender una investigación seria o transparente sobre su gestión. Ese contraste se hace aún más evidente cuando se observa que la mayoría de los demás señalados por actos de corrupción, vínculos con el narcotráfico o escándalos administrativos, pertenecen al círculo empresarial que sustenta el poder de Abinader o mantienen estrechos lazos de amistad con él.
El panorama deja claro que más del 90% de los casos de irregularidades de mayor gravedad se relacionan con ese entorno empresarial que, aunque carece de formación política y experiencia en la administración pública, ha sido colocado en posiciones estratégicas. Y precisamente esa falta de conocimiento del ejercicio político es la que ha empujado al gobierno a depender cada vez más del control mediático como herramienta de gestión.
Según datos públicos, el gasto en publicidad y comunicación gubernamental ronda los 10 mil millones de pesos, una cifra sin precedentes que, más que informar, busca condicionar la narrativa pública y blindar la imagen del presidente. El poder comunicacional se ha convertido en el verdadero muro de contención del oficialismo, destinado a ocultar los errores políticos, las tensiones internas y la pérdida de credibilidad que se evidencia en amplios sectores sociales.
EL modelo de gobierno de Abinader —donde el empresariado se convierte en élite política improvisada— ha terminado por fracturar la base social del PRM y ha dejado al descubierto una dura realidad: manejar el Estado no es lo mismo que dirigir una empresa. La política requiere tacto, visión, vocación de servicio y entendimiento del pueblo; virtudes ausentes en muchos de los que hoy ocupan posiciones de poder gracias a su cercanía con el presidente.
El resultado es un gobierno que, aunque mantiene un discurso de transparencia y eficiencia, está cada vez más atrapado en su propio esquema de relaciones y favores. En lugar de consolidar un liderazgo institucional, se ha conformado con construir una fachada mediática costosa, sostenida por la publicidad estatal y por la lealtad comprada de los grandes medios.
Y mientras tanto, los verdaderos problemas del país —la desigualdad, la inseguridad, la corrupción y la crisis institucional— siguen esperando un liderazgo que gobierne con visión política, no con lógica empresarial.
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