Cada día queda más claro que en el gobierno de Luis Abinader, los verdaderos perremeístas solo sirven para pegar afiches, marchar, hacer bulto en las redes y cargar sillas en las actividades políticas. Porque a la hora de repartir poder, el presidente prefiere a los técnicos del PLD, esos mismos que ayer manejaban el país como un feudo, que se burlaban de la oposición y que hoy disfrutan de los privilegios como si nada hubiese pasado.
El decreto 386-25 lo confirma: Magín Javier Díaz Domingo, exdirector de la DGII en el gobierno de Danilo Medina, ahora es el flamante ministro de Hacienda de Abinader. ¿Y el PRM? Bien, gracias.

Como dicen los compañeritos de la base: “ese no sabe ni dónde queda el local del PRM”. ¿De verdad? ¿No hay en todo el PRM un solo economista, un solo técnico, un solo dirigente capaz de ocupar ese cargo? ¿Tenemos que seguir viendo cómo se nombra gente del PLD en los principales puestos del Estado mientras los que sudaron la campaña se quedan mirando desde la acera?
Luis Abinader está gobernando de espaldas al PRM y eso no es nuevo. El problema es que dentro del partido nadie dice nada. La mayoría de los dirigentes están “jalando aire”, sin espacios, sin voz, sin poder. Están pisoteados. Y lo peor es que se lo permiten a un presidente que ha demostrado ser arrogante, ingrato, que no sabe lo que es lealtad ni gratitud política.
Porque hay que decirlo claro: Luis Abinader no tiene respeto por el PRM. Lo ha utilizado como escalera, como medio, como plataforma. Pero nunca lo ha sentido como suyo. Y eso explica por qué siempre termina premiando a figuras externas, incluso a exopositores que nunca han puesto un pie en un comité de base ni han defendido el proyecto del cambio.
¿Entonces? ¿Los perremeístas son buenos para las caravanas, pero no para los ministerios? ¿Son útiles para hacer bulto, pero no para dirigir? ¿Dónde está el respeto por la militancia? ¿Dónde quedó el discurso de que el cambio se hacía con la gente honesta y capaz que esperó décadas por una oportunidad?
O aquí hay un plan para desmontar al PRM desde adentro y reemplazarlo por un «gobierno de tecnócratas» sin alma, sin estructura política, sin compromiso. O, simplemente, el presidente ha decidido que el poder se gobierna como él quiera, aunque eso implique escupirle en la cara a su propia base.
Luis Abinader pasará a la historia como el único presidente que trató mejor a sus adversarios que a su propia gente. Un presidente que traicionó las expectativas de cambio y prefirió a los mismos de siempre, mientras la casa que lo llevó al poder se cae a pedazos. Si el PRM no se sacude, se rebela y exige su lugar, terminará como un cascarón vacío, funcional a un líder que solo lo usa cuando le conviene.
Por esta y muchas razones más, decimos sin miedo que permitir que Luis Abinader presida el PRM fue como entregarle la iglesia a Lutero: una traición interna disfrazada de liderazgo. Maldito sea el hombre que confía en otro hombre, y más aún si ese hombre es un ingrato, un malagradecido y un arrogante como lo ha sido Abinader con su propio partido. Usó al PRM como escalera para alcanzar el poder y ahora gobierna con los del PLD, mientras ignora, pisotea y humilla a la base perremeísta que lo llevó al Palacio.
Los perremeístas no son para ser nombrados, son para ser usados. Esa parece ser la filosofía de este gobierno. Y mientras tanto, el país… el país sigue igual o peor.
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