La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, acaba de confirmar lo que muchos diplomáticos advertían desde hace semanas: no asistirá a la Cumbre de las Américas que se celebrará en diciembre en Punta Cana, como protesta por la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela del evento. Su decisión no solo es un gesto político —es la primera señal visible del costo diplomático que pagará el gobierno de la República Dominicana, Luis Abinader, por alinearse ciegamente con los intereses de Estados Unidos.
Un deseo enfermizo de agradar a Washington
La política exterior del presidente Luis Abinader parece haberse convertido en una carrera desesperada por ganar la aprobación del gobierno estadounidense. La exclusión de tres países latinoamericanos —vecinos históricos y aliados naturales en la región— no responde a ningún principio multilateral, como intentó justificar la Cancillería, sino a una decisión de obediencia política. El comunicado oficial asegura que la medida busca “favorecer la mayor convocatoria posible” y “asegurar el desarrollo del foro”. Pero la realidad es más simple: el gobierno dominicano cedió ante la presión de Washington, repitiendo el mismo guion que en 2022 utilizó la administración Biden cuando vetó a Cuba, Nicaragua y Venezuela de la cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles.
La diferencia es que esta vez, el costo lo paga Santo Domingo.
México marca distancia y deja solo a Abinader
Desde el Palacio Nacional de México, Sheinbaum fue clara y tajante:
“Nunca estamos de acuerdo con que se excluya ningún país. En la circunstancia actual, no corresponde hacerlo”.
La mandataria confirmó que su país analiza enviar una representación menor —“si acaso alguien de Cancillería”—, dejando claro su desacuerdo político y moral con la postura de República Dominicana.
Con esta decisión, Sheinbaum sigue la misma línea de López Obrador, quien en 2022 también se negó a asistir a una Cumbre de las Américas bajo las mismas condiciones.
El mensaje es contundente: la exclusión no se negocia, se rechaza.
El costo diplomático de la obediencia
El Gobierno dominicano intenta vender la decisión como un acto de “prudencia”, pero el resultado ha sido lo contrario. Mientras Washington apenas toma nota, los países latinoamericanos y caribeños ven a Santo Domingo como una ficha más dentro del tablero de intereses del norte.
La exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela rompe con una tradición de diplomacia independiente y de equilibrio regional que durante décadas caracterizó a la política exterior dominicana. Hoy, el país que sirvió de anfitrión para la Cumbre Iberoamericana de 2023 y la Celac de 2017, donde todos los gobiernos fueron invitados, se muestra dividido, alineado y aislado.
Una torpeza con consecuencias políticas
La torpeza diplomática no solo afecta la imagen exterior del país. También deteriora el liderazgo personal de Luis Abinader, quien buscaba proyectarse como un mandatario moderno, pragmático y capaz de conectar con todas las corrientes ideológicas de la región. Sin embargo, con esta decisión, ha terminado encajado en la caricatura de un presidente servil ante Washington, incapaz de trazar una línea soberana en materia internacional.
El silencio de otros gobiernos del Caribe podría ser apenas temporal. Pero la ausencia de México —segunda economía latinoamericana y voz respetada en la región— ya marca el tono político de la cumbre antes de que empiece. Y ese tono no favorece a República Dominicana.
Una cumbre que comienza rota
El gobierno dominicano tenía en sus manos una oportunidad histórica: usar la Cumbre de las Américas para fortalecer su liderazgo regional y presentarse como mediador natural entre el norte y el sur. En cambio, prefirió complacer a los poderosos, repitiendo errores ajenos que hoy lo dejan aislado diplomáticamente y débil políticamente.
La Cumbre de las Américas aún no ha comenzado, pero el resultado ya está claro: Abinader buscó reconocimiento internacional… y consiguió aislamiento regional.
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