El presidente Luis Abinader volvió a recurrir a un recurso que se ha convertido en costumbre: decir medias verdades que terminan siendo mentiras completas. La noche de este lunes, al llegar a Nueva York para participar en el 80.º Período de Sesiones de la Asamblea General de la ONU, el mandatario aseguró que la lancha rápida cargada de drogas destruida por fuerzas estadounidenses “no fue en aguas territoriales dominicanas”.
En términos estrictos, Abinader no mintió. De acuerdo con la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR), las aguas territoriales de un Estado se extienden hasta las 12 millas náuticas desde la costa. Y la versión oficial estadounidense ubica el hecho a unas 80 millas náuticas. Bajo ese criterio técnico, ciertamente no ocurrió en el mar territorial dominicano.

Pero aquí entra la manipulación presidencial. Lo que Abinader no dijo es que a 80 millas náuticas todavía estamos dentro de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de la República Dominicana, que se extiende hasta las 200 millas náuticas. En esta franja, aunque no existe soberanía plena, el Estado costero sí tiene derechos soberanos exclusivos sobre recursos naturales, jurisdicción ambiental y potestad regulatoria reconocida por la ONU. Es decir, sigue siendo un espacio bajo la jurisdicción dominicana.

Más aún: las autoridades nacionales reconocieron que parte de la droga fue recuperada cerca de la Isla Beata, en la provincia Pedernales. Ese detalle desmonta la narrativa de los “80 millas mar adentro” y sugiere que la operación militar ocurrió mucho más cerca de territorio dominicano de lo que se quiere admitir.
Si la embarcación fue atacada dentro de la ZEE sin un protocolo de coordinación clara y pública con las autoridades dominicanas, estamos frente a una intervención extranjera en jurisdicción marítima nacional. No es lo mismo un operativo en alta mar que una acción militar dentro del espacio que la ONU reconoce bajo los derechos exclusivos de la República Dominicana.
Abinader se escuda en tecnicismos para minimizar un hecho que, desde cualquier perspectiva, representa una lesión a la soberanía funcional del país. Al afirmar que no ocurrió en aguas dominicanas, dice una verdad a medias, que termina siendo la estrategia favorita de un mandatario que parece incapaz de enfrentar los hechos de frente.
Un presidente que maquilla la realidad para que suene menos grave no es un estadista, sino un mentiroso patológico, que prefiere proteger la narrativa oficial antes que defender con firmeza la dignidad y los intereses nacionales.
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