Nos ha llegado una información aún no confirmada oficialmente, pero que comienza a tomar fuerza en distintos círculos políticos: la posible salida de Milagros Ortiz Bosch de la Dirección General de Ética e Integridad Gubernamental (DIGEIG) y la eventual designación de Manuel Jiménez en su lugar.
De confirmarse, esta jugada política marcaría un giro de gran simbolismo: se va la figura que encarnaba —al menos en el discurso— la “cara de la ética” del gobierno, para dar paso a un hombre que representa la “cara de la política” en su expresión más pragmática.
El perfil de Manuel Jiménez no es ajeno a la controversia. Su paso por la alcaldía de Santo Domingo Este estuvo marcado por enfrentamientos internos y una relación rota con la estructura del PRM en el municipio. Su candidatura a alcalde en 2020 fue posible gracias a un acuerdo secreto entre Luis Abinader y Leonel Fernández, lo que lo coloca más cerca del liderazgo de la Fuerza del Pueblo que de la base perremeísta.
Incluso, hay que recordar que Manuel Jiménez ha estado vinculado directamente a la Fuerza del Pueblo. No solo fue candidato en la boleta de ese partido en las pasadas elecciones del 2024, sino que también participó en las más recientes elecciones internas de esa organización para conformar sus estructuras nacionales. Este hecho evidencia que su lealtad política se inclina más hacia Leonel Fernández que hacia el propio PRM, lo que hace aún más contradictoria y polémica su eventual designación en un cargo nacional bajo el gobierno de Luis Abinader.
Ahora, la gran interrogante es: ¿Cómo encajará un dirigente con ese historial en una institución cuyo mandato es precisamente velar por la ética y la transparencia en la gestión pública? El choque entre discurso y práctica podría ser tan fuerte como el Big Bang.
La posible designación de Manuel Jiménez, también reabre una vieja herida en el PRM: el desplazamiento sistemático de sus cuadros y dirigentes, quienes en estos cinco años no han visto recompensa por su lealtad al partido ni acceso a los espacios de poder. En cambio, Abinader ha privilegiado a opositores, aliados de conveniencia, tránsfugas y figuras externas, mientras miles de perremeístas siguen relegados al olvido.
De confirmarse este movimiento, quedaría en evidencia un patrón: el presidente Abinader no gobierna con su partido, sino a pesar de su partido. La ética institucional que representaba Ortiz Bosch sale por la puerta, y entra una figura política que genera más dudas que certezas.
Y si bien es cierto que Milagros Ortiz Bosch ya no representa autoridad ni respeto real ni dentro ni fuera del PRM, y que solo un pequeño círculo le presta atención por intereses políticos y económicos, también es cierto que su etapa en la actividad pública estaba prácticamente cumplida. Sin embargo, el problema no radica en su salida, sino en el perfil del sustituto: la posible designación de Manuel Jiménez no representa una mejoría ni un relevo confiable, sino más bien un retroceso, pues coloca al frente de la ética gubernamental a un político cuestionado y sin arraigo en el partido oficialista.
El mensaje es claro: en este gobierno, la ética no cabe, pero siempre hay espacio para un buen político de conveniencia. Y la militancia perremeísta debería preguntarse hasta cuándo mantendrá una lealtad partidaria que, a todas luces, parece inmerecida.
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