Gobernar no es solo ocupar el trono o la silla presidencial; implica visión, prioridades y empatía hacia el pueblo. Sin embargo, tanto el emperador Calígula en la antigua Roma como el presidente Luis Abinader en la República Dominicana parecen haber pasado por alto este detalle esencial. Desde nombrar a un caballo cónsul hasta alquilar autobuses a precios exorbitantes en lugar de comprarlos, ambos líderes han dejado huellas de extravagancia y desconexión con el pueblo que supuestamente representan. Esta comparación, más que histórica, es un recordatorio de cómo el poder puede terminar en las manos menos capacitadas para ejercerlo.
El Show de Calígula: La Política como Espectáculo
Calígula, quien no se preocupó por ocultar sus excentricidades, gobernó Roma como si fuera su escenario personal. Lo suyo no era exactamente el arte de gobernar sino el de crear polémicas para divertir a las multitudes (o en su defecto, asustarlas). Uno de sus logros más conocidos fue el haber convertido a su caballo en cónsul, como si decirle a los senadores “ustedes son tan inútiles que hasta mi caballo puede hacer su trabajo” fuera una gran hazaña. Y, mientras los romanos pasaban hambre y la administración pública se tambaleaba, Calígula invertía en espectáculos y caprichos dignos de un emperador más entretenido en ver su reflejo que en dirigir un imperio.
La Versión Dominicana: Abinader y Sus «Obras Prioritarias»
Ahora nos trasladamos al Caribe, donde la figura de un presidente que a veces parece no comprender el concepto de «prioridad» nos recuerda el legado de gobernantes como Calígula. Luis Abinader, presidente de la República Dominicana, ha hecho un arte de gastar en cosas que parecen más para decorar su imagen que para resolver problemas reales. El alquiler de autobuses en vez de comprarlos por un precio similar es solo un ejemplo de su estilo; una gestión que, en lugar de aprovechar el presupuesto, parece más ocupada en hacer malabares con los números. Al fin y al cabo, cuando se trata de manejar fondos, Abinader muestra una actitud que hace pensar que el dinero público es simplemente un tema «ajeno».
Entre la Torre de Marfil y el Pueblo Olvidado
Al igual que Calígula, quien vivía en un mundo de lujos mientras el pueblo sufría, Abinader parece haberse distanciado del sentir popular. Mientras los dominicanos lidian con una crisis en salud, educación y seguridad, su administración sigue adelante con un estilo de gobernar que parece decir «miren cuán ocupados estamos», sin resultados claros para el ciudadano común. Quizás hasta Calígula se reiría de la ironía: un gobierno que, en teoría, debería estar destinado a servir, se dedica a entretenerse con proyectos sin visión a largo plazo.
La Política de la “Mano Dura” que no Endereza Nada
Calígula recurría a la violencia y el temor para mantener el control, con el clásico enfoque de «si no me obedeces, te elimino». En el caso de Abinader, su método de «mano dura» se manifiesta en una política de deportaciones masivas de haitianos que han terminado siendo medidas cosméticas. Es como si la frontera dominicana fuera un colador, y el presidente pretendiera taparlo con un dedo mientras el agua sigue corriendo. La seguridad fronteriza, en teoría una prioridad, sigue siendo una farsa de la que se lucran los mismos oficiales que deberían protegerla. Pero eso sí, Abinader no pierde oportunidad de recordarnos lo firme que es con la inmigración ilegal… aunque a la práctica su política se queda en un simple show.
Transparencia: Una Palabra que Abinader No Ha Aprendido a Pronunciar
El nombre de Calígula se asocia con un emperador sin escrúpulos, pero Abinader no se queda muy atrás cuando se trata de esconder las verdaderas intenciones detrás de sus políticas. Programas como el Banco Agrícola y «Supérate» están más cubiertos de sombras que de luces. Los rumores de favoritismo en préstamos y contratos han dejado claro que, cuando se trata de transparencia, Abinader es como un turista que se perdió en un bosque sin mapa. Igual que Calígula se reía de los senadores, Abinader parece reírse de los que aún creen en sus promesas de transparencia y honestidad.
Dos Figuras Perdidas en el Poder
Calígula y Abinader tienen en común algo fundamental: ambos parecen haber interpretado el liderazgo como una oportunidad para el teatro y el espectáculo. Uno con excesos imperiales; el otro, con una administración que peca de superficialidad y falta de empatía. No cabe duda de que el poder, mal manejado, no tiene fronteras ni época, y aunque Roma ya no exista, su legado de emperadores narcisistas parece estar más vivo que nunca en el Caribe.
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