El pasado evento «La Batalla de la Fe 2025» dejó una huella indeleble en la sociedad, cuando el pastor Ezequiel Molina provocó una polémica significativa al afirmar que el éxito laboral de las mujeres suele estar vinculado con la desintegración del hogar. Molina, desde su autoridad religiosa, expresó que “detrás de cada mujer exitosa en los negocios y empresas, lo más probable es que haya un hogar descuidado”, mientras también advertía sobre la falta de tiempo de los padres para criar a sus hijos y la consecuencia de esto, que él asoció con la violencia y la delincuencia.
Si bien el llamado a la reflexión sobre las prioridades familiares es válido por parte del pastor Ezequiel Molina, el tono y enfoque de estas afirmaciones se desvían de la construcción de una sociedad inclusiva y equitativa.
Es necesario recordar que, en la Biblia, la mujer no es vista como una figura subordinada al hombre, sino como un ser igual ante los ojos de Dios. Proverbios 31, por ejemplo, describe a una mujer virtuosa como diligente en su trabajo y sabia en la gestión de su hogar. La idea de que el éxito de las mujeres en su vida profesional necesariamente implica un descuido de su familia es una visión reduccionista que ignora las dinámicas modernas y las capacidades de las mujeres para equilibrar sus roles.
Es crucial también tener en cuenta el valor de la igualdad de género, un principio central tanto en la sociedad moderna como en el mensaje cristiano. Cuando Molina expone su punto de vista, parece estar negando los avances logrados en cuanto a la participación de la mujer en el ámbito laboral, sugiriendo que su éxito viene a expensas de su familia. Esta postura no solo es desinformada, sino también perjudicial, pues refuerza estereotipos de género que limitan el potencial de las mujeres.
La reflexión debe ir más allá de cuestionar el lugar de la mujer en el ámbito laboral y centrarse en la necesidad de una sociedad que apoye tanto a hombres como a mujeres a lograr un equilibrio entre sus responsabilidades familiares y profesionales. En lugar de perpetuar una narrativa que enfrenta a la mujer con su familia, el llamado debe ser a fortalecer las estructuras sociales y a ofrecer alternativas que faciliten la conciliación de ambas esferas.
Además, el extremismo religioso en este tipo de declaraciones puede tener consecuencias peligrosas. Cuando líderes con una audiencia tan vasta como la del pastor Ezequiel Molina, expresan opiniones polarizantes y cargadas de juicio, el riesgo es que algunos de sus seguidores adopten posturas radicales, contribuyendo al caos social.
La religión debe ser un instrumento para la paz y la unidad, no un vehículo para dividir y estigmatizar a quienes han logrado avances importantes en la sociedad. Las ideas extremas, en lugar de fomentar el diálogo, tienden a crear barreras y generar conflictos innecesarios.
Es urgente que, como sociedad, abramos el espacio para un diálogo más inclusivo y respetuoso que celebre la diversidad de experiencias y no se base en prejuicios que limitan el crecimiento colectivo. Las declaraciones como las del Pastor Molina no son oportunas, pues no contribuyen a un entendimiento común, sino que promueven la exclusión y perpetúan la desigualdad.
Debemos cuestionar afirmaciones que menosprecian el papel de las mujeres en el ámbito laboral bajo pretextos religiosos malinterpretados. El extremismo, ya sea en el ámbito religioso o social, solo crea división y desinformación. La verdadera fe debe empoderar y promover la igualdad, no entorpecer los avances logrados por aquellos que luchan por una sociedad más justa y equitativa.
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