El episodio reciente en el kilómetro 9 de la Autopista Duarte es un símbolo claro de todo lo que está mal en la gestión de infraestructura pública en República Dominicana. El ministro de Obras Públicas, Deligne Ascención, ha demostrado no solo una preocupante falta de capacidad técnica, sino también una arrogancia que roza lo insultante al inaugurar una obra inacabada, mal planificada y evidentemente destinada al fracaso.
Prometieron 14 carriles como solución definitiva al caos vial, pero la realidad ha demostrado que la ampliación no hizo más que perpetuar el desorden. ¿El motivo? Una omisión elemental: no contemplaron los sistemas de drenaje necesarios, lo que ahora obliga a intervenir la vía nuevamente. Esto no es solo un error; es una burla al pueblo dominicano que paga con sus impuestos proyectos caros, defectuosos y que, lejos de resolver problemas, los agravan.
La pregunta es inevitable: ¿Cómo puede el presidente Luis Abinader justificar la permanencia de Deligne Ascención cómo ministro de Obras Públicas en un puesto de tanta responsabilidad? Este caso no es un incidente aislado. Bajo su gestión, Obras Públicas ha entregado resultados caros y deficientes, dejando una estela de obras mal hechas que, en lugar de ser soluciones, son parches costosos que no duran.
El problema no se limita a los errores técnicos. Este desastre también es un reflejo de la falta de fiscalización y de estándares básicos en la planificación de proyectos de infraestructura. ¿Cómo es posible que una obra de esta magnitud no haya pasado por revisiones adecuadas que anticiparan la necesidad de sistemas de drenaje? La respuesta apunta a una combinación de negligencia y desprecio por la calidad.
Pero la responsabilidad no recae únicamente en Deligne Ascención. El presidente Abinader, al mantenerlo en su cargo, es cómplice de esta debacle. Sabemos que la administración de Abinader se ha promocionado como una “gestión del cambio”, pero, ¿cómo puede hablarse de cambio cuando se tolera la mediocridad en un ministerio clave para el desarrollo del país?
No basta con inaugurar obras en ceremonias ostentosas para obtener titulares en los medios. Lo que realmente importa es la calidad y la funcionalidad de esas obras. Mantener en su puesto a un ministro que ha demostrado no estar a la altura de las circunstancias no solo es irresponsable, sino también un acto de desinterés hacia los ciudadanos.
El caso del kilómetro 9 debería ser un punto de inflexión. Es hora de que el presidente tome medidas decisivas, no solo para sancionar a los responsables de este desastre, sino también para garantizar que en el futuro, las obras públicas en el país sean gestionadas con profesionalismo y transparencia. La ciudadanía dominicana merece algo mejor que la improvisación y la incompetencia.
Luis Abinader debe responder por qué mantiene en su gabinete a funcionarios que no cumplen con los estándares mínimos de eficiencia. De lo contrario, su imagen de líder comprometido con la transformación del país se verá cada vez más empañada por los resultados deficientes de su equipo. Si no hay cambios, quedará claro que, más allá de los discursos, la realidad es otra: la falta de compromiso real con el bienestar del pueblo dominicano.
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