La paciencia del pueblo dominicano ha sido puesta a prueba, y este escándalo podría ser la gota que rebose la copa. El gobierno de Luis Abinader ha cruzado la línea. Mediante el decreto 28-25, se ha designado a un tal Harold Zances como consejero de la Misión Permanente de la República Dominicana ante la ONU. ¿Quién es este personaje? ¿Qué méritos tiene? ¿Qué representa? Las respuestas son más escandalosas que el nombramiento mismo.
Harold Zances no figura en ningún árbol genealógico, base de datos de ADN ni registro de apellidos dominicanos. Su nombre simplemente no existe en la República Dominicana, salvo en un lugar muy conveniente: la nómina del Ministerio de Relaciones Exteriores (MIREX), donde cobra RD$200,000 mensuales por su «trabajo» en la ONU. Una fantasmal figura que solo se materializa cuando hay dinero público de por medio.
Su “carrera diplomática” es una burla: de “Guest Services Officer” en el hotel Catalonia Royal La Romana, en Bayahíbe, a Coordinador del Despacho del Vice Ministerio de Política Exterior, y de ahí, directo a la Misión Permanente ante la ONU. Un meteórico ascenso digno de una serie de Netflix… o de una investigación profunda.
Zances no tiene documentos válidos que confirmen su identidad dominicana, según reportes filtrados por la cuenta Exprimidor. Sin embargo, posee un pasaporte diplomático dominicano. ¿Cómo lo consiguió? ¿Quién autorizó eso? ¿Bajo qué criterios?
Aquí es donde el escándalo toma un matiz aún más oscuro. Se rumora que Harold Zances mantiene una relación sentimental o sexual con el canciller Roberto Álvarez. Aunque esta información no está confirmada, la cercanía inexplicable entre ambos ha despertado sospechas dentro y fuera de la Cancillería. En un país con tanta gente capacitada, patriótica y profesional, ¿por qué se premia a alguien sin raíces claras, sin historial conocido, sin identidad confirmada?
Todo esto ocurre mientras la ONU y potencias extranjeras presionan para que la República Dominicana cargue con la tragedia haitiana. Francia impuso una deuda brutal a Haití por su independencia. Canadá y Estados Unidos la mantuvieron en ruina con intereses criminales. Y ahora quieren que nosotros carguemos con ese muerto… y lo hagamos con una sonrisa.
Designar a un diplomático haitiano-dominicano sin identidad verificada para representar al país es una traición a la soberanía nacional. Es un insulto a la inteligencia del pueblo y una burla al patriotismo. Este acto del gobierno no solo merece repudio: merece resistencia.
Y si el gobierno de Luis Abinader es tan transparente como presume, entonces que haga pública toda la documentación de Harold Zances. Que nos enseñen su acta de nacimiento, su cédula, sus antecedentes, su hoja de vida, su expediente de ingreso al servicio exterior. Él es un servidor público pagado con nuestro dinero. Nos deben respuestas.
Pero sabemos que no lo van a hacer. No van a mostrar los papeles porque no los tienen. Porque todo esto es un invento, un acomodo, una componenda. Porque el poder no se desnuda cuando está mintiendo.
Como no podemos incendiar el Palacio Nacional, el Congreso ni la Cancillería —aunque razones sobran—, entonces tenemos la obligación moral y patriótica de convocar una protesta nacional. Que se escuche en cada rincón del país: ¡fuera los haitianos del gobierno! ¡Fuera los pro-haitianos! Y si el presidente tiene que irse con ellos, que se vaya. La patria no se negocia.
Esto no es solo indignación: esto es defensa nacional. ¡Despierta, pueblo!
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