El escándalo por la destrucción de una lancha rápida en aguas jurisdiccionales de República Dominicana, en una operación conjunta con fuerzas estadounidenses, ha comenzado a escalar más allá de nuestras fronteras. Mientras el presidente Luis Abinader insiste en minimizar el hecho con tecnicismos, ya otros mandatarios como el presidente de Colombia Gustavo Petro, de la región se están expresando, lo que expone la torpeza diplomática del gobierno dominicano.
Uno de los pronunciamientos más contundentes en contra la postura genuflexa del presidente Abinader, vino del presidente de Colombia, quien publicó:
“Si la lancha fue hundida en República Dominicana, entonces es posible que fueran colombianos. Esto significa que funcionarios de Estados Unidos y República Dominicana serían culpables de asesinato de ciudadanos colombianos. Que la investigación avance, y que las madres de jóvenes desaparecidos para esos días denuncien ante las autoridades. No hay norma en ningún derecho que permita tirar misiles a lanchas con jóvenes desarmados en el mar, cualquiera que sea su actividad.”
Este posicionamiento abre una puerta peligrosa: la de que el hecho no solo sea visto como un operativo antidrogas, sino como un posible crimen internacional en el que están involucrados directamente funcionarios dominicanos.
Lo grave del caso es que Abinader, en vez de defender con firmeza los intereses nacionales y exigir claridad absoluta sobre lo sucedido, ha optado por alinearse de manera incondicional con la versión de Washington. Su prioridad parece ser consagrarse personalmente con el gobierno de Estados Unidos, aunque eso signifique deteriorar las históricas relaciones de amistad con países de la región, como Colombia, que siempre han tenido lazos estrechos con República Dominicana.
En diplomacia, las palabras importan. Y mientras Abinader se limita a repetir que “no fue en aguas territoriales dominicanas”, otros gobiernos entienden que aquí hubo excesos militares contra civiles, posibles víctimas extranjeras y una operación en un espacio marítimo bajo jurisdicción dominicana.
Lo que debió manejarse con prudencia, transparencia y defensa del interés nacional, se ha transformado en un problema diplomático internacional que exhibe la ineptitud de un presidente que parece no comprender el peso de sus declaraciones ni las consecuencias de su sumisión a una potencia extranjera.
Hoy, Abinader no solo enfrenta críticas internas por encubrir la verdad, sino que además arriesga aislar a la República Dominicana de sus socios naturales en América Latina como Colombia, donde su presidente Gustavo Petro, lo deja saber de manera sutil, a cambio de un protagonismo personal en Washington que tendrá un costo político y diplomático muy alto para el país.
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