La República Dominicana, desde su nacimiento como nación, ha sido un pueblo pacífico, resiliente y profundamente orgulloso de su identidad. Sin embargo, estamos enfrentando una de las amenazas más grandes a nuestra soberanía y legado histórico: la haitianización de nuestro país, facilitada por la complicidad de aquellos que juraron defender nuestra patria.
Los actuales gobernantes, atrapados en un sistema político corrupto y sometidos a la influencia de potencias extranjeras, han traicionado la causa de la República Dominicana.
No es un secreto que para llegar a los más altos puestos del poder, muchos políticos dominicanos se alían con personajes del bajo mundo y comprometen su lealtad a fuerzas externas. Estados Unidos, entre otros actores, utiliza esta información para manipular la voluntad de nuestros líderes, haciéndolos dóciles ante intereses que no representan el bienestar del pueblo dominicano.
La historia nos enseña que la libertad tiene un costo. Los sacrificios de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella y Gregorio Luperón no fueron en vano; sus luchas nos dieron el derecho de vivir en una nación libre y soberana. Hoy, ese sueño está siendo pisoteado. ¿Cómo podemos, como pueblo, quedarnos de brazos cruzados mientras se desmorona nuestra identidad?
La paz no puede ser confundida con la indiferencia. La defensa de la soberanía requiere acción. Si es necesario sacrificar al gobierno entero, exponer la corrupción hasta sus raíces y erradicar a los traidores que ocupan posiciones de poder, debemos estar dispuestos a hacerlo. La hoguera de la justicia histórica está encendida, y quienes han traicionado la patria tendrán que enfrentarse a ella.
Nuestra lucha no es solo contra la haitianización, sino contra la entrega de nuestra nación a intereses externos y contra la perpetuación de un sistema que ha permitido que los políticos pisoteen la voluntad del pueblo. El precio de no actuar será perder la República Dominicana que nuestros próceres soñaron.
Dominicanos, es el momento de despertar. La soberanía no se regala, se defiende con cada fibra de nuestro ser. Si permitimos que la apatía y el miedo nos paralicen, perderemos no solo nuestro territorio, sino nuestra esencia como pueblo. La libertad, como dijo Duarte, no se negocia; se conquista con valor y determinación.
Por la patria, por nuestra identidad y por el legado de los héroes que nos precedieron, debemos actuar ahora. El futuro de nuestra nación está en juego, y no hay tiempo que perder.
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