Desde el inicio de su mandato, Luis Abinader ha proyectado una imagen de renovación política, transparencia y compromiso con los ideales del cambio que prometió en campaña. Sin embargo, a medida que avanza su segundo período, se alzan voces que cuestionan su lealtad hacia quienes lo llevaron al poder: los militantes y bases del Partido Revolucionario Moderno (PRM).
Un enero sin sorpresas para los perremeístas
Las expectativas entre los miembros del PRM son altas de cara a los posibles cambios en el tren gubernamental este enero. Las bases del partido, que han soportado la presión del día a día en defensa del gobierno, han esperado pacientemente que su sacrificio sea reconocido con puestos en la administración pública. Sin embargo, según nuestras fuentes, estos ajustes serán limitados y meramente simbólicos. ¿La razón? Luis Abinader no confía en el ala política del PRM y no tiene intención de incorporarla significativamente en su equipo de gobierno.
Esta decisión, aunque calculada desde la perspectiva técnica y de gestión, es vista como una traición a los principios democráticos internos del PRM y a la militancia que lo catapultó a la presidencia. ¿Cómo puede un líder que ascendió con el respaldo incondicional de su partido desconocer ahora a quienes trabajaron arduamente para que hoy ostente el poder?
Promesas rotas y una gestión que ignora las bases
Durante la campaña electoral, Abinader prometió un gobierno cercano al pueblo y comprometido con su partido. Pero en la práctica, ha construido una gestión elitista y tecnocrática, que relega a los cuadros políticos y premia a externos o allegados que no han sudado la camiseta del PRM. Esta actitud genera malestar entre los perremeístas de a pie, quienes se sienten utilizados y abandonados por su líder.
Las bases y la militancia son el alma de cualquier partido político. Sin ellas, no hay estructura, movilización ni conexión con el pueblo. Al ignorar a su partido, Abinader no solo traiciona su confianza, sino que también se arriesga a debilitar las raíces del PRM y abrirle camino a un desencanto que podría costarle caro al proyecto político en futuras elecciones.
¿Un presidente desagradecido?
En la cultura política dominicana, la gratitud hacia quienes aportan al triunfo es más que un acto ético: es una regla no escrita. Al parecer, Abinader ha decidido romper con esta tradición, confiando en que los logros de su gestión serán suficientes para mantener el apoyo popular. Sin embargo, el malestar dentro de su partido podría convertirse en un dolor de cabeza, especialmente si las bases sienten que están siendo ignoradas y empiezan a expresar su descontento públicamente.
Las decisiones del presidente también pueden interpretarse como un desprecio a los valores fundamentales de la lealtad y el respeto mutuo, esenciales para la cohesión interna de cualquier organización política. Un líder que traiciona a su equipo puede estar cavando su propia tumba política.
El precio de la traición
Luis Abinader debe recordar que, aunque gobierna para todos los dominicanos, fue el PRM quien lo llevó al Palacio Nacional. Ignorar a su militancia, minimizar su aporte y relegarlos a un segundo plano podría desencadenar un efecto dominó que comprometa su legado político. La traición no solo se siente en las bases; también puede resonar en las urnas.
El pueblo dominicano tiene memoria, y los perremeístas no olvidarán si este gobierno termina dejando «haciendo cocote» a quienes confiaron en su líder. Al presidente Abinader le toca decidir si será recordado como un líder justo y agradecido o como un político que dejó atrás a su gente en nombre de una gestión que, paradójicamente, prometía ser para todos.
El tiempo dirá si esta estrategia de exclusión fortalecerá o debilitará su gobierno y el futuro del PRM. Lo único seguro es que, como decía Juan Bosch, «el poder es efímero, pero las acciones quedan grabadas en la memoria del pueblo».
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