El reciente estudio “Un SOS para salvar la vida de las mujeres”, elaborado por el periodista y cineasta Fernando Quiroz, vuelve a colocar sobre la mesa una cifra impactante: 1,802 feminicidios en República Dominicana entre 2005 y 2023. El dato, sustentado en fuentes oficiales como la Procuraduría General, la Policía Nacional y el Ministerio de la Mujer, es estremecedor, pero también merece ser analizado con rigor conceptual.
El problema de fondo es que, en la práctica, no todo asesinato de una mujer en República Dominicana, puede clasificarse como feminicidio, y mezclar distintas causas bajo esa etiqueta termina distorsionando la comprensión del fenómeno y las políticas que deberían enfrentarlo.
Feminicidio: una definición que exige motivación de género
El feminicidio, según la ONU y la mayoría de las legislaciones latinoamericanas, es el asesinato de una mujer motivado por razones de género: odio, desprecio, control o negación de su autonomía. No se trata simplemente de la muerte de una mujer, sino de un crimen que expresa una estructura de dominación patriarcal.
Sin embargo, muchas de las muertes incluidas en las estadísticas oficiales corresponden a casos de violencia intrafamiliar, conflictos económicos, separaciones traumáticas o hechos impulsivos, donde el móvil no necesariamente es “ser mujer”, sino circunstancias emocionales o familiares extremas.
Cuando todo se llama feminicidio, nada se comprende del todo
La investigación de Quiroz, aunque valiosa en la recopilación de datos, parece reproducir una generalización peligrosa: agrupar bajo la misma categoría los asesinatos por control machista con los homicidios domésticos o los eventos violentos derivados de rupturas sentimentales.
Esa imprecisión tiene consecuencias:
- Desenfoca el debate público, porque coloca todos los hechos bajo el paraguas de “violencia de género”, cuando muchos pertenecen al ámbito de la violencia intrafamiliar o social.
- Distorsiona las estadísticas, inflando la percepción del feminicidio sin diferenciar contextos ni motivaciones.
- Dificulta el diseño de políticas efectivas, ya que las estrategias de prevención del feminicidio (educación en igualdad, protocolos judiciales de protección) no son las mismas que las requeridas para atender conflictos familiares o crisis emocionales.
Llamar feminicidio a todo asesinato de una mujer no solo distorsiona las estadísticas, también abre una puerta económica: permite a los gobiernos acceder a fondos internacionales, especialmente de la ONU y sus agencias, bajo el argumento de “combatir la violencia de género”. Es una narrativa rentable políticamente, que proyecta compromiso ante la comunidad internacional mientras, en la práctica, los recursos se diluyen entre campañas simbólicas, consultorías y talleres sin impacto real. En ese doble discurso —donde se exagera la categoría para justificar presupuesto— los gobiernos no están combatiendo la violencia: están hackeando el sistema.
El lenguaje también importa
Otro punto del estudio, aunque acertado en señalar la carga cultural del término “crimen pasional”, ignora que el reemplazo automático por “feminicidio” también puede ser una forma de simplificación mediática. Llamar feminicidio a todo asesinato de una mujer en República Dominicana, puede desdibujar las responsabilidades individuales y judiciales, y al mismo tiempo convertir un drama humano en un dato ideológico.
No se trata de minimizar la violencia contra las mujeres, sino de nombrarla correctamente. Sin precisión conceptual, la lucha pierde efectividad y se vuelve discurso.
La urgencia de una mirada integral
La violencia que se manifiesta en el hogar, en las relaciones rotas o en los celos desbordados es multicausal: hay pobreza emocional, fallas institucionales, y una educación social que no enseña a manejar la frustración. Reducirlo todo al machismo o al odio de género no explica el problema, lo simplifica.
Por eso, antes de repetir cifras y consignas, el país necesita un diagnóstico honesto, donde cada muerte de una mujer sea investigada con rigor: ¿fue por razones de género, por un conflicto doméstico o por un deterioro mental no tratado? Solo entonces podremos hablar de soluciones reales.
La lucha contra la violencia hacia las mujeres es urgente, pero debe sostenerse sobre verdad, precisión y análisis profundo, no sobre cifras infladas ni conceptos usados con ligereza. Cuando todo se llama feminicidio, el término pierde fuerza, y lo que debería ser una causa de justicia se convierte en un eslogan vacío.
Entender las diferencias no divide la lucha: la hace más inteligente, más humana y más efectiva.
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