Recientemente, Leonel Fernández ha invitado a Luis Abinader a un «desayuno, almuerzo o cena» para debatir sobre la situación del país. Lo que en apariencia podría parecer una jugada política inteligente, en la realidad es una farsa más dentro del circo al que nos tienen acostumbrados los políticos dominicanos. La pregunta es: ¿para qué? n
Un debate entre Abinader y Leonel Fernández es irrelevante para la solución de los problemas nacionales. Abinader es el presidente actual, con acceso a información privilegiada, pero con una gestión que deja mucho que desear.
Su gobierno se ha sostenido a base de préstamos y promesas incumplidas. Subió la vara demasiado alto en campaña y ahora no tiene con qué alcanzarla. Por otro lado, Leonel Fernández ha sido presidente en tres ocasiones, en gobiernos donde la corrupción se institucionalizó y el enriquecimiento de su círculo cercano fue la norma.
Si analizamos fríamente, el rechazo a Leonel supera el 37 %, y su discurso, que en el pasado pudo haber sido efectivo, hoy es incapaz de conectar con las masas. Se aferra a un pasado glorificado que solo existe en su mente y en la de quienes se beneficiaron de sus gobiernos. Abinader, por su parte, está atrapado en la burocracia de un Estado que no ha logrado transformar. No tiene logros contundentes que presumirle al pueblo más allá de obras de infraestructura que no resuelven los problemas fundamentales de la gente.
Ahora, si a este «debate» le sumamos a Danilo Medina e Hipólito Mejía, la situación se torna aún más absurda. Danilo, quien encabezó uno de los gobiernos más corruptos de la historia dominicana, ya no tiene más mentiras para justificar su desastre administrativo. Su credibilidad está por los suelos. Hipólito, por su parte, es una figura que debería estar completamente retirada de la política, pero que aún sigue recibiendo atención innecesaria.
El problema radica en que estos políticos y los empresarios que los respaldan son parte del lastre que los dominicanos pobres cargamos amargamente. No representan una solución, sino la perpetuación de un sistema fallido. Ninguno de ellos ofrece respuestas concretas a problemas como la crisis del agua potable, el endeudamiento descontrolado, la corrupción, el desfalco de las AFP, la falta de acceso a la salud y educación dignas, y el descontrol de la migración haitiana.
El país no necesita un «debate» entre quienes nos han hundido. Necesita un plebiscito nacional donde el pueblo decida sobre los temas cruciales. Que se someta a consulta pública el financiamiento de los partidos políticos, la reforma al sistema bancario, las políticas migratorias y la administración de los fondos de pensiones. Que sea el soberano quien trace su destino, y no los mismos de siempre, que solo buscan aferrarse al poder para seguir exprimiendo al pueblo.
Abinader no está haciendo un buen gobierno, pero Leonel no es la solución. Danilo no tiene más excusas y Hipólito es irrelevante.
Los dominicanos no debemos caer en la trampa de pensar que entre ellos hay alguna verdadera opción de cambio. No hay nada que debatir con quienes ya han demostrado su incapacidad para gobernar con justicia y transparencia. Lo único que nos queda es romper con este ciclo y exigir nuevas alternativas que realmente representen los intereses del pueblo y no los de una élite política y económica que solo busca perpetuar su dominio sobre la nación.
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