Pueden verse harapientos, malolientes y sucios en cualquier barrio y urbanización. Suelen vivir de lo que encuentran en la basura y de la caridad de las personas que sienten pena por su condición. Los enfermos mentales errantes son la cara fea de la sociedad, generan miedo y son desagradables a la vista para la gran mayoría. En los últimos años es posible observar hasta tres y cuatro en la misma zona, donde en muchos casos son objeto de burlas e incluso ataques de ciudadanos insensibles a una realidad que podría evitarse con una intervención oportuna.
L hacemos un llamado al Dr. Mario Lama, director ejecutivo del Servicio Nacional de Salud (SNS), tomar carta en el asunto por la alta cantidad de enfermo mentales que se pueden ver en las calles del gran Santo Domingo Este.
Al Ministro de Salud Pública, debe estar consciente de que estos pacientes suponen un gran desafío para la atención de la salud mental, debe diseñar un plan que determinar el número de personas con esta condición para recogerlos con el objetivo de intervenir clínicamente y rehabilitarlos.
El objetivo principal es que la ayuda a largo plazo para estos enfermos mentales se brinde en un contexto comunitario y con la participación activa de sus familias.
Se deben «mapear» a las personas sin hogar determinará incluso si son realmente enfermos mentales o indigentes, porque «no todos los que están sucios y abandonados en las calles tienen un estado mental tratable».
El objetivo final es acercarlos a todos, pero con la ayuda de la sociedad, las comunidades de donde vienen y sus familias para que sean aceptados luego de una intervención médica, farmacológica y de rehabilitación.
«Esta cultura que hemos tenido de esconder los trastornos mentales, ponerlos en el cuarto más escondido y oscuro, o dejarlos salir a la calle, despreciarlos y pensar que ya no existen, es una falta de respeto a la dignidad humana».
Las familias casi siempre terminan descuidando a sus seres queridos enfermos mentales porque la falta de una intervención oportuna enferma crónicamente al paciente, pero también por la carga emocional de tenerlos en casa y la carga económica que diezma los ingresos familiares del paciente.