La República Dominicana, con sus 48,000 kilómetros cuadrados, podría haber cambiado el curso de su historia económica y social con una sola inversión estratégica: un tren interprovincial. El costo, aunque considerable, sería una fracción de lo que se ha malversado en los últimos 20 años. En lugar de promover la conectividad, dinamizar la economía y mejorar la calidad de vida, los gobiernos sucesivos han optado por un camino lleno de promesas vacías y bolsillos llenos.
Un tren, incluso de tecnología antigua que alcance 300 km/h, conectaría ciudades como Puerto Plata, Santiago y Santo Domingo en menos de dos horas. Esto permitiría a miles de personas vivir en lugares más económicos y menos congestionados, mientras trabajan en la capital. Si optáramos por trenes modernos como los japoneses, que alcanzan 500 km/h, el tiempo se reduciría a 40 minutos. Pero en lugar de apostar por proyectos como este, seguimos concentrando a la población y el poder en Santo Domingo, dejando el resto de la República Dominicana en el olvido.
El actual gobierno y su promesa incumplida
El actual gobierno llegó al poder con la bandera del cambio. Prometió acabar con la corrupción, la dilación y el despilfarro, pero ha demostrado ser un heredero fiel del sistema que criticó. No solo ha repetido los errores de sus predecesores, sino que los ha elevado a un nivel más costoso. Las promesas de un desarrollo equitativo y una infraestructura moderna han quedado enterradas bajo una montaña de deudas. Se toman préstamos internacionales a una velocidad alarmante, pero las obras no se ven o son ejecutadas con sobrecostos y escándalos.
La situación actual no es sostenible. El endeudamiento masivo sin una estrategia clara para generar ingresos futuros a través de la inversión en infraestructura o educación no es más que una bomba de tiempo. No se trata de reinventar la rueda, sino de seguir ejemplos exitosos. Países como Japón y Suiza han demostrado que una buena infraestructura puede ser el corazón de un desarrollo sostenible.
Un modelo económico mal enfocado
El turismo ha sido el salvavidas de la economía dominicana durante décadas, pero este modelo tiene un límite. Dependemos de turistas extranjeros mientras descuidamos a nuestra propia población. Una economía diversificada, que invierta en tecnología, educación e infraestructura, podría transformar al país en una potencia regional. La construcción de un tren interprovincial sería el primer paso hacia ese futuro, conectando a los dominicanos no solo físicamente, sino también económicamente.
Una sociedad adormecida necesita despertar
El problema no son solo los gobiernos. La sociedad dominicana también tiene que asumir su responsabilidad. Nos hemos conformado con aplaudir pequeñas obras y discursos vacíos mientras el país se desmorona. Es hora de exigir más: fiscalizar, denunciar y, sobre todo, dejar de idolatrar a políticos cuyo único interés es su propio beneficio.
No necesitamos destruir el sistema político-partidista, pero sí hacerlo funcional. La República Dominicana tiene el potencial de convertirse en la «Suiza del Caribe», pero eso requiere visión, planificación y valentía. No podemos permitir que el hedonismo y las frivolidades sean las cortinas que esconden la realidad de un país que podría estar mucho más avanzado.
Construir en lugar de malversar
Un tren interprovincial no es un sueño lejano; es una necesidad palpable que simboliza lo que hemos perdido en la República Dominicana. Con un 20% de lo malversado en las últimas dos décadas, este proyecto ya habría sido una realidad. El problema no es la falta de recursos, sino la falta de voluntad y visión.
Es hora de que dejemos de ver al país como una finca con pasaporte y empecemos a construir una nación que funcione para todos, no solo para unos pocos. La sociedad dominicana tiene que abrir los ojos y tomar las riendas de su destino antes de que sea demasiado tarde. Mientras seguimos de fiesta, nos estamos quedando sin país.
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