En la República Dominicana, los ciudadanos tienen el derecho constitucional de manifestarse pacíficamente donde lo deseen, y las autoridades tienen la responsabilidad de garantizar que estas manifestaciones se realicen sin violaciones a los derechos de los participantes. Este derecho incluye protestas que se realicen en lugares como el Hoyo de Friusa, una zona que, en las últimas décadas, ha sido epicentro de diversas manifestaciones sobre la situación migratoria de Haitianos en la República Dominicana.
Sin embargo, no se puede abordar este tema sin comprender el contexto histórico, económico y social que ha dado lugar a la percepción de rechazo hacia los haitianos en la República Dominicana. A menudo, se nos tilda de xenófobos o racistas sin considerar los factores que nos han llevado a esta situación. Por eso, hoy abordamos de manera cruda y clara los elementos que justifican este rechazo, y que, a pesar de ser dolorosos, deben ser comprendidos si se quiere lograr una solución efectiva a la crisis migratoria.
La compleja historia compartida
La relación entre la República Dominicana y Haití es más que una simple vecindad geográfica; es una historia de conflicto y resistencia. Desde la ocupación haitiana de nuestra isla entre 1822 y 1844, los dominicanos tuvimos que enfrentar la imposición de políticas extranjeras que atentaban contra nuestra autonomía y nuestra identidad. Este período, marcado por la centralización del poder en Haití, dejó una huella profunda en la memoria colectiva de los dominicanos.
La independencia dominicana en 1844 representó no solo la liberación del yugo haitiano, sino también la consolidación de nuestra identidad como nación. Sin embargo, las tensiones nunca desaparecieron por completo, y aunque los países han logrado convivir pacíficamente en algunas etapas, las heridas históricas siguen siendo una fuente de fricción.
La Masacre del Perejil: un punto de no retorno
Un evento que dejó cicatrices imborrables en la relación bilateral fue la Masacre del Perejil de 1937, durante el régimen de Rafael Leónidas Trujillo. En este episodio, miles de haitianos y dominicanos de ascendencia haitiana fueron brutalmente asesinados en la zona fronteriza bajo el pretexto de “limpiar” la región. Trujillo y su régimen buscaron erradicar cualquier rastro de haitianidad en la República Dominicana, lo que profundizó la desconfianza mutua entre ambos pueblos.
Esta masacre no solo marcó un punto de inflexión en la historia de Haití y la República Dominicana, sino que también dejó una marca dolorosa que persiste en la psique colectiva de los dominicanos. Las heridas de ese genocidio siguen siendo una parte oscura de nuestra historia, y aunque hoy no existan políticas tan extremas, el recuerdo de ese sufrimiento sigue alimentando la desconfianza hacia lo haitiano.
La carga económica y social
Más allá de los conflictos históricos, la realidad económica y social en la que ambos países se encuentran también juega un papel fundamental en las tensiones actuales. Haití es uno de los países más pobres del mundo, con un Producto Interno Bruto (PIB) per cápita que sigue siendo alarmantemente bajo. Esta precariedad ha llevado a una migración masiva de haitianos hacia la República Dominicana, buscando mejores oportunidades laborales y de vida.
A pesar de que la República Dominicana es un país en desarrollo, su economía no está exenta de limitaciones. Los haitianos que llegan en busca de trabajo en sectores como la construcción, la agricultura y los servicios han encontrado en muchas ocasiones condiciones laborales precarias y explotación. Esta situación ha generado una percepción de competencia por los recursos limitados, creando fricciones en la sociedad dominicana.
En muchas zonas rurales y urbanas, los dominicanos sienten que las oportunidades de empleo son absorbidas por la migración haitiana, lo que agrava el desempleo y la escasez de recursos. El impacto en los servicios públicos, la salud y la educación también se ha hecho sentir, ya que un número significativo de migrantes haitianos carece de acceso a servicios básicos y, en ocasiones, sus hijos terminan en un sistema escolar saturado.
Desafíos culturales y sociales
No solo los factores económicos alimentan el rechazo hacia los haitianos, sino también los desafíos culturales y la falta de integración. La diferencia lingüística, las costumbres y la historia compartida con Haití han dificultado la integración plena de los migrantes haitianos en la sociedad dominicana.
A pesar de que algunos sectores dominicanos han hecho esfuerzos para recibir a los haitianos de forma humanitaria, la barrera cultural y lingüística sigue siendo un obstáculo. Los haitianos que llegan a la República Dominicana a menudo no hablan español y traen consigo costumbres diferentes, lo que crea un sentimiento de distancia y desconfianza. Además, los haitianos en situación irregular, que son la mayoría, viven en una situación de vulnerabilidad que refuerza las percepciones negativas hacia ellos.
La falta de políticas claras y el papel del Estado haitiano
Uno de los aspectos más problemáticos es la falta de políticas migratorias claras por parte del Estado haitiano, que no ha tomado las riendas de su crisis interna de manera efectiva. Esta inacción ha llevado a la sobrecarga de la República Dominicana, que se ve obligada a lidiar con las consecuencias de la migración masiva sin un respaldo claro de Haití.
Si bien la ayuda humanitaria de la República Dominicana hacia Haití ha sido considerable en situaciones de emergencia, como en el caso del terremoto de 2010, las políticas migratorias y la falta de control sobre la frontera han exacerbado los problemas. La carga social y económica que esto representa para los dominicanos no es algo que deba ser ignorado, y es un factor clave en el rechazo hacia la migración haitiana.
¿Racismo o una situación compleja?
Es fundamental entender que el rechazo hacia los haitianos no se basa en el racismo. Aunque algunos puedan utilizar términos como “xenofobia” para describir la situación, los dominicanos no estamos atacando a los haitianos por su raza o etnia, sino por un conjunto de factores históricos, sociales, económicos y culturales que nos han llevado a este punto de tensión.
Lo que existe es un rechazo justificado, que no debe confundirse con odio, sino con una respuesta legítima a una serie de situaciones que nos han afectado durante siglos. Es necesario un enfoque realista y constructivo para encontrar soluciones que beneficien a ambos pueblos y garanticen la seguridad y bienestar de todos los que habitan en nuestra isla.
En este contexto, los dominicanos podemos y debemos seguir luchando por nuestros derechos a protestar pacíficamente, tal como lo establece nuestra constitución, pero también debemos ser conscientes de que el diálogo y la comprensión de la realidad histórica y social son claves para avanzar hacia una convivencia más armónica y justa.
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