República Dominicana, una nación forjada en la lucha por su independencia y dignidad, enfrenta hoy una prueba monumental: la preservación de su identidad, soberanía y derechos frente a una narrativa que pretende socavar su historia, su cultura y su futuro. Mientras el mundo observa con juicios superficiales y la comunidad internacional exige que el país cargue con una responsabilidad desproporcionada, los dominicanos nos vemos obligados a recordar al mundo nuestra verdad.
La narrativa internacional: Un sesgo peligroso
El discurso internacional, impulsado por intereses ajenos y mal informados, intenta demonizar a la República Dominicana por proteger sus fronteras y su soberanía. Se nos acusa de racismo y xenofobia, cuando la realidad es que estamos enfrentando una crisis migratoria sin precedentes, agravada por el colapso institucional de Haití, un Estado fallido que ha dejado a su pueblo en el abandono.
La comunidad internacional ha sido cómplice de esta crisis, ignorando la situación de Haití durante décadas y ahora pretende imponerle a República Dominicana la carga de resolver un problema que no creamos. Es fácil para las potencias extranjeras dictar cómo debería manejarse nuestra política migratoria mientras se lavan las manos de su propia responsabilidad en la estabilidad de Haití. ¿Dónde están las acciones concretas de estos países que hoy se atreven a condenarnos?
Los traidores internos: Una amenaza desde dentro
Peor aún que las críticas externas son los traidores internos, aquellos que venden la soberanía nacional por favores políticos, intereses económicos o aprobación internacional. Estos individuos han optado por alinearse con narrativas extranjeras en lugar de defender los intereses del pueblo dominicano. Al hacerlo, no solo traicionan la confianza de su gente, sino que también ponen en riesgo nuestra estabilidad y futuro.
La realidad migratoria: Un desequilibrio insostenible
República Dominicana ha demostrado una generosidad sin precedentes al acoger a cientos de miles de haitianos, proporcionando educación, atención médica y oportunidades laborales. Sin embargo, esta situación es insostenible. Las cifras hablan por sí solas: miles de parturientas haitianas ocupan camas en nuestros hospitales, niños haitianos llenan nuestras aulas y nuestros recursos públicos se ven desbordados. Todo esto ocurre mientras nuestra propia población enfrenta carencias en servicios esenciales. ¿Por qué la comunidad internacional no ofrece soluciones reales en lugar de sermones morales?
La verdadera lucha: Justicia, no racismo
Es importante desmentir la narrativa que acusa a los dominicanos de racismo. Esta no es una lucha contra una raza o un pueblo, sino una lucha por la justicia y el orden. La República Dominicana tiene derecho a regular su migración, proteger sus recursos y preservar su identidad. No se trata de rechazar a nuestros vecinos, sino de exigir que las responsabilidades sean compartidas de manera justa.
Un mensaje contundente
A la comunidad internacional: No aceptaremos ser convertidos en chivos expiatorios de su inacción y su hipocresía. Exigimos que se enfoquen en soluciones reales para Haití, en lugar de culparnos por proteger lo que es nuestro.
A los traidores internos: El pueblo dominicano está despierto y consciente de sus acciones. No permitiremos que intereses mezquinos comprometan nuestra soberanía y dignidad. La historia no olvidará su papel en esta lucha.
A los dominicanos: La defensa de nuestra patria no es opcional. Es una responsabilidad que heredamos de nuestros antepasados y que debemos llevar con orgullo. Unidos, seremos capaces de superar cualquier adversidad y proteger lo que nos define como nación.
La República Dominicana no se doblega ante la presión ni cede ante la manipulación. Nuestra lucha es justa, nuestra causa es noble y nuestro compromiso con nuestra soberanía es inquebrantable. ¡Que lo sepa el mundo y que lo recuerden los traidores: Dominicana es y siempre será de los dominicanos!
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