Con la llegada de enero de 2025, el presidente Luis Abinader enfrenta un momento crucial para su gobierno. Durante su segundo mandato, las tensiones internas dentro del Partido Revolucionario Moderno (PRM) se han intensificado, y las promesas hechas a los miembros de la dirigencia política parecen estar al borde de convertirse en un punto de ruptura.
Desde su ascenso al poder, Abinader ha apostado por un modelo de gestión dominado por tecnócratas, empresarios y miembros de la sociedad civil, dejando en segundo plano a los políticos de su partido que lo llevaron a la presidencia en dos ocasiones.
Esta estrategia, aunque inicialmente pudo haber sido vista como una intención de garantizar una administración eficiente y alejada de las prácticas tradicionales de clientelismo, no ha dado los frutos esperados. Muchos de estos funcionarios han mostrado ineficiencia en sus cargos, sumándose a la percepción de desgobierno y falta de rumbo.
Por otro lado, los pocos políticos del PRM que han sido considerados para cargos claves tampoco han logrado destacar por su desempeño. Esto ha intensificado la percepción de abandono entre las bases del partido, quienes ahora miran con escepticismo las promesas de Abinader. El mandatario había asegurado a puerta cerrada que en enero de 2025 se tomaría en cuenta a la militancia política del PRM para posiciones relevantes en el gobierno. Este compromiso se había convertido en una suerte de “compensación diferida”, manteniendo la calma dentro del partido durante meses. Sin embargo, el reloj está en marcha y la paciencia se agota.
El gobierno enfrenta una crisis multifacética: mediática, de gestión y política. Las críticas por el manejo de temas claves, como la seguridad ciudadana, el acceso a servicios básicos y la transparencia administrativa, han erosionado la confianza pública. Además, los señalamientos de incumplimiento, contradicciones y cambios de postura, han consolidado una fama de “jablador” que persigue al presidente. Esta narrativa no solo afecta su imagen personal, sino también la del PRM, debilitando su capacidad para cohesionar a la base partidaria y enfrentar los desafíos del segundo mandato.
El relanzamiento del gobierno no es una opción, es una necesidad urgente. Para lograrlo, Abinader debe cumplir sus compromisos con los dirigentes políticos de su partido. La inclusión de estos actores en posiciones estratégicas podría no solo revitalizar la maquinaria del PRM, sino también enviar un mensaje claro de unidad y reconocimiento a quienes han trabajado por su proyecto político.
No obstante, este relanzamiento también requiere de una profunda reflexión sobre la estructura y prioridades del gobierno. Incorporar a los políticos del PRM no debe ser un simple acto de distribución de cargos, sino una estrategia bien planificada que priorice las competencias y el impacto de las decisiones en beneficio del país. La capacidad de Abinader para transformar este momento de crisis en una oportunidad dependerá de su voluntad para reconocer errores, rectificar el rumbo y reconciliarse con los sectores que ha marginado.
El tiempo apremia, y enero de 2025 podría marcar el inicio de un nuevo capítulo para el gobierno de Abinader o el principio de un declive irreversible. Las promesas incumplidas pesan, pero aún hay espacio para redirigir la narrativa y recuperar la confianza perdida. El PRM y el país entero esperan acciones concretas, no palabras vacías. La historia juzgará si Luis Abinader estuvo a la altura del momento o si sucumbió ante las presiones y los desaciertos de su propia gestión.
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