La verdad siempre tiene un peso, pero a veces, los intereses ocultos pretenden distorsionarla. Durante años, figuras de la élite mediática en la República Dominicana, que se erigieron como pilares del periodismo y la comunicación, gozaron de la admiración del pueblo, construyendo una reputación sólida como profesionales imparciales y honestos. Sin embargo, hoy se revela un oscuro secreto que pone en duda la integridad de sus acciones: una serie de nombres influyentes que, al parecer, no solo han sido parte del juego mediático, sino que han estado al servicio de intereses internacionales, específicamente financiados por la USAID.
Estos periodistas y comunicadores, que alguna vez fueron considerados referentes de la verdad, se han visto expuestos como piezas clave de una agenda extranjera que no responde a los intereses de la Nación Dominicana, sino a los de poderes externos que, de manera insidiosa, buscan modificar la esencia de nuestra identidad nacional.
El gobierno de Luis Abinader ha incorporado a varios funcionarios en roles clave, muchos de los cuales tienen vínculos con la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) en la República Dominicana, una situación que genera inquietudes sobre la verdadera independencia y objetivos de los mismos. Carlos Pimentel, director de Compras y Contrataciones del gobierno, recibe un salario mensual de US$16,200 como Agente Especial de USAID. Natalia Mármol, conocida activista pro aborto y del matrimonio igualitario, ocupa un puesto similar con un salario de US$4,800. Rosalia Sosa, académica y ex coordinadora de Participación Ciudadana, gana US$19,000 como Agente Especial, mientras que Andrés L. Mateo, intelectual y comunicador que se ha pronunciado a favor de géneros no binarios, recibe US$12,000. Además, el cónsul dominicano en México, Juan Bolívar Díaz, ostenta un salario mensual de US$21,100, y Claudio Caamaño hijo, activista político, recibe US$3,780. Estos altos salarios y sus cargos de influencia en áreas clave del gobierno generan dudas sobre la transparencia y el compromiso de estos funcionarios con el bienestar del pueblo dominicano, en lugar de cumplir agendas externas o personales bajo la influencia de USAID.
Huchi Lora, Marino Zapete, Altagracia Salazar, Juan Bolívar, Maríasela Alvarez, Bartolome Pujals, Carlos Pimentel, Manuel Robles, Angely Moreno, Edith Febles, Natalia Mármol, Johnatan Liriano, Claudio Caamaño y Andrés L Mateo, entre otros, formaban parte de esta red de «embajadores» que recibían fondos millonarios por parte de la USAID, lo que pone en evidencia que sus discursos no eran el producto de una reflexión genuina, sino de un encargo programático. ¿Qué responsabilidad tiene un periodista que, bajo el disfraz de la objetividad, recibe pagos para moldear la opinión pública de acuerdo a los intereses de grupos de poder internacional? ¿Qué valor tiene el periodismo cuando sus actores se convierten en agentes de manipulación, en vez de ser guardianes de la verdad?
Estos comunicadores no solo fueron parte de la máquina de propaganda extranjera, sino que, en su afán por promover agendas ajenas a nuestra cultura, intentaron imponer narrativas que no solo alteran el rumbo social de la República Dominicana, sino que atentan contra nuestra identidad nacional.
Desde el impulso de movimientos ideológicos ajenos a nuestra tradición conservadora, hasta la promoción de políticas que, bajo el pretexto de la modernidad, buscaban, entre otras cosas, abrir las puertas a la haitianización y desafiar los valores históricos que nos han dado forma como nación.
Con el tiempo, la gente comenzó a notar las fisuras en sus discursos. La manipulación se hizo más evidente, y lo que antes era admiración, hoy se ha convertido en repulsión. Estos mismos periodistas, que recibían miles de dólares por sus posturas, no solo traicionaron la confianza del pueblo, sino que atentaron contra la historia y los valores que nos definen como dominicanos. Los ecos de sus palabras, lejos de promover el diálogo, sembraron división, odio y desconfianza, utilizando el dinero como instrumento para vender su alma y la nuestra.
Hoy, los dominicanos sabemos que esas voces no representan la dominicanidad. Son traidores disfrazados de defensores de la verdad, aquellos que, movidos por intereses oscuros y un abultado cheque en mano, se convirtieron en los voceros de agendas ajenas a nuestra cultura, nuestro pueblo y nuestro futuro. Estos comunicadores, al servicio de intereses extranjeros, han puesto en evidencia lo que en muchos casos ya era un secreto a voces: no todos los que hablan en nombre de la «verdad» son verdaderos, ni todos los que dicen defender el país, lo hacen con la honestidad que la patria merece.
La gente ya no se deja engañar. La República Dominicana, con una creciente conciencia de su identidad y su historia, han comenzado a ver a estos exlíderes mediáticos como lo que realmente son: mercenarios del discurso, vendidos al mejor postor.
Y en ese proceso de despertar, nos damos cuenta de que nuestra lucha no solo es por defender lo nuestro frente a las amenazas externas, sino también para recuperar el respeto por nuestras propias voces, aquellas que sí nacen de la auténtica dominicanidad, aquellas que no tienen precio.
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